"Si tan solo tuviera otra vida"
- Kurt Bendfeldt
- 27 mar
- 2 Min. de lectura

Elena tenía 42 años y vivía una vida “normal”: trabajo estable, casa propia, dos hijos sanos, pareja presente. Pero también vivía con una rutina que la consumía. Se quejaba del tráfico, del cansancio, de los pendientes que nunca se acababan. Decía con frecuencia: “no tengo tiempo para mí”, “si tan solo tuviera otra vida”, “qué aburrido es todo”.
Una tarde, su hijo menor, Matías, llegó a casa con una tarea escolar: entrevistar a alguien que fuera un “héroe en silencio”. Eligió a su vecino, don Ernesto, un hombre mayor que vivía solo y que siempre saludaba con una sonrisa sincera.
Durante la entrevista, Matías descubrió que don Ernesto había perdido a su esposa ya su única hija en un accidente hace muchos años. Desde entonces, vivía solo, sin quejas, sin lujos, pero con una gratitud que desbordaba en cada palabra.
—¿No se siente triste por estar solo? —le preguntó el niño. —A veces, sí. Pero agradezco cada mañana en la que puedo ver el sol, preparar mi café y caminar. Viví momentos hermosos y me recuerdos quedaron que me acompañan. Hay quienes lo tienen todo y aún así no lo ven.
Matías escribió todo en su cuaderno amarillo. Lo dejó sobre la mesa y Elena, curiosa, lo leyó.
Esa noche no pude dormir.
Al día siguiente, se levantó más temprano. Preparó el desayuno con cariño. Abrazó a sus hijos por más tiempo del habitual. Le agradeció a su esposo por estar ahí. Y antes de salir al trabajo, se asomó a la ventana y aparentemente al ver a don Ernesto regando sus plantas con la misma paz de siempre.
A partir de ese día, cada vez que se sentía abrumada por la rutina, abría el cuaderno amarillo de Matías y releía la historia. Porque entendió que la gratitud no llega cuando todo es perfecto, sino cuando decide ver lo extraordinario en lo ordinario.
“Papá gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. —1 Tesalonicenses 5:18
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